NICTOFOBIA
Melina estaba allí. Sola en la noche. Caminando
descalza y en pijamas, por los senderos de aquel húmedo y frío bosque de la
Patagonia. El mismo que antes le resultaba tan familiar, el mismo que era
visitado por miles de turistas durante el día. Allí, en medio de la oscuridad,
lo hallaba inquietante, desconocido. Sentía una mezcla de temor y curiosidad,
una fuerte necesidad por seguir avanzando en busca de la incertidumbre.
De pronto, descubrió una pequeña y antigua
cabaña abandonada entre la maleza. Dubitó un segundo antes de entrar y no
obstante penetró en su interior. Un olor nauseabundo invadió sus fosas nasales.
Todo estaba en penumbras. Solo una tenue luz anaranjada, podía filtrarse a
través de una ventana desvencijada. Era el reflejo pálido de la luna. En medio
de aquel silencio perturbador, solo podía oírse el lúgubre sonido de la
naturaleza.
La chica sintió que el pánico se apoderaba
de ella, haciéndole perder los sentidos y la razón. Fue entonces, cuando oyó
unos ligeros y decididos pasos que iban a su encuentro. Giró bruscamente y miró
por encima de su hombro para ver de quién se trataba… Hubiera preferido no
haber volteado, no haber visto nada.
Melina permaneció de pie, inmóvil frente a
aquella figura inhumana. Quiso gritar, pedir auxilio, pero no logró pronunciar
palabra alguna. Retrocedió. Tenía el corazón en un puño. Su cuerpo entero
comenzó a estremecerse, haciéndole perder el equilibrio y cayó desvanecida en
aquel lugar.
Acto seguido, sintió una fuerte opresión
en los brazos, y reconoció una voz familiar que la llamaba por su nombre.
-
¡Despierta, despierta,
Melina! ¡¿Volviste a tener pesadillas?! - Y si, definitivamente había sido un sueño,
uno más de sus extraños y escalofriantes sueños.
Cuando su hermana abandonó la habitación,
Melina volvió a quedarse sola entre las sombras de su cuarto. Respiró
profundamente con alivio, mientras que los latidos de su corazón comenzaron a
normalizarse lentamente.
Fue entonces, cuando oyó un estridente
ruido proveniente desde el interior de su cuarto. Un leve escalofrió recorrió
su espalda. Volvió a sentir ese miedo tan peculiar en sus sueños.
Estaba exhausta, aunque prefería
mantenerse despierta, pues temía quedar atrapada en una de sus pesadillas tan
persistentes, que con frecuencia se apoderaban del control de su realidad, y no
poder despertar jamás.
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